Somos seres impredecibles.
Ante determinadas circunstancias que nos regala la vida reaccionamos
de manera racional, predecible. Son esos momentos, esas escenas con las que
chocas de frente, demasiado cerca, las cuales te dejan sin aliento, sin oído,
sin habla.
En las que tu corazón salta e intenta correr más deprisa que
tus pies, que huyen despavoridos de la “escena del crimen”.
No somos personas de fiar, sí, nosotros, esos que huimos,
que no recapacitamos, que sentimos aquello que nuestros ojos ven sin
procesarlo, sin meditarlo.
Nosotros, empáticos, que sentimos con el corazón lo que
observamos con la mirada y dejamos correr nuestra imaginación, hasta creernos
lo imaginado. Eso es terror, pánico. Pies inmovilizados, cerebro seco, aliento
mudo, solo esos ojos, ojos por los que descubrimos el mundo con cuyas escenas
nos identificamos tanto que vivimos en primera persona aquello que otros como
espectadores observan desde la grada.
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