Hay una frase a la que muchos recurren que dice así “no
sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”. Somos seres egoístas que no
ofrecemos la atención que merecen a esas cosas que se han vuelto tan comunes,
tan normales que las damos por hecho. Pero hay días, esos días, en los que mágicamente
todos los sentimientos vuelven a ti, y recuerdas. Es como si viviéramos ciegamente
cada minuto, pero por un segundo se hiciese la luz, y recordáramos lo bello que
es lo que ven nuestros ojos. Días así en los que sientes querer abrazarle hasta
estallar, que incluso se queja de que le aprietas demasiado y tú sonríes y le abrazas
aun más fuerte porque en ese momento lo único que persigues es el latido de su
corazón. Que agarras esa mano que te sostiene día a día, siendo consciente de
que es suya, de su suavidad, de su firmeza. Que le besas como si no hubiera
mañana, porque sabes que puede que al día siguiente la ceguera haya vuelto. Y así
sus labios se muestran lo suaves y carnosos que son en realidad, como si los
cubriese un velo, y ese velo se hubiese desintegrado permitiéndote notar su
calidez. Días en los que te das cuenta de que realmente se puede hablar con los
besos, que puedes decirle cosas, y se lo dices todo. Le dices que le quieres,
mil veces, dos mil, las que haga falta para que se entere, para que sus oídos se
llenen con esa frase y no sea capaz de escuchar nada más, y cuando te dice que
ya lo sabe, tu le miras e insistes porque para ti es como si acabases de
descubrirlo, como si fuera la primera vez que esas palabras salen de tu boca y
abres los ojos sorprendida de ti misma y de la capacidad tan grande que tiene el
ser humano para amar…
Indudablemente, deberíamos recapacitar, indudablemente
deberíamos valorar e indudablemente deberíamos cambiar esa frase por algo
como: “no sabes lo que tienes hasta que lo tienes”.
Por eso, indudablemente, se que le quiero.
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